El PAPEL DEL EDUCADOR EN UNA CLASE ORGANIZADA POR RINCONES

    


  La sensación que da a primera vista una clase organizada por rincones es de continuo movimiento: unos niños se revuelcan sobre la alfombra, otros se disfrazan en animada conversación, aquellos hacen juegos de construcción, éstos miran y comentan entre ellos unos libros de la biblioteca...

¿Qué actitud debe tomar el educador?. Lo primero que se debe plantear es cambiar su concepto de orden y confiar en que cada niño será capaz de realizar la actividad que libremente escogió. Por lo tanto, tendrá que organizar y anticipar las condiciones indispensables para que el niño pueda jugar y desarrollar su potencial investigador y creador.

Evidentemente, el educador necesita tiempo para sumir este funcionamiento, pero poco a poco irá adquiriendo seguridad en sí mismo y en el sistema de trabajo, de manera que tendrá la convicción de que allí no se pierde el tiempo.

El hecho de que no ejerza un control directo sobre la clase y abandone el protagonismo clásico, en el que él era el único “conocedor” del saber, y facilite la creación de una red de interacciones entre los alumnos y el adulto, requiere confianza en sí mismo y en sus alumnos, y esto sólo se consigue paulatinamente.

En un momento inicial, es recomendable introducir los rincones poco a poco y siempre al iniciar el curso, combinando los que precisan la presencia del adulto con los que son de actividad libre.

¿Cuánto ha de intervenir?. En el juego espontáneo debe dejar jugar no hacer jugar. Cómo jugar, cuándo, por qué, con quién y cuánto tiempo, lo ha de establecer siempre el niño.

El educador, mientras observa su actividad, toma nota de las relaciones que se establecen y está atento a las actividades que surgen, a los conflictos. Estos datos ayudarán a efectuar un correcto seguimiento y evaluación de los niños y de la actividad.

¿Cómo ha de intervenir el educador?. Ha de dinamizar un rincón, cuando parece que el interés y la curiosidad decaen; ha de ayudar a planificar un proyecto; ha de pedir y dar información cuando las actividades son de tipo reflexivo y, en función de los datos que recibe, ajustar y prever la próxima intervención, debe educar los hábitos de autonomía e intentar que cada niño sienta su presencia, tanto si está en su grupo como si está en otros.

De la observación continuada de nuestra experiencia personal deducimos que no tienen por qué surgir problemas de disciplina, ya que cada niño conoce desde el principio los límites en los que se mueve.

 

Fuente: Joaquín Tesón.

 

 

Comentarios