LA ALIMENTACIÓN EN LA INFANCIA

  


La dieta, tanto en cantidad como en calidad, corresponde fijarla al pediatra. Se debe tener en cuenta que, por lo general, la apetencia del niño disminuye y, por lo tanto se habrá de tener más paciencia, más esmero en los alimentos y no forzarle nunca.

Hay que distinguir la inapetencia habitual de la que ha aparecido por una enfermedad. Los factores que la condicionan en el enfermo son muchos, las dificultades bucales tales como el dolor en la succión masticación o deglución (estomatitis, caries, otitis aguda, neuralgias faciales, tonsilitis dolorosas, etc...). También alteraciones del estómago como las intoxicaciones.

Otras veces la causa es externa, como la supresión de condimentos y monotonía de la alimentación que produce aversión a la comida, o bien dieta excesiva lo que provoca el rechazo.

Se le puede prevenir o curar distrayéndolo o estimulándolo con golosinas (terroncitos de azúcar, helados, etc...), comidas de forma curiosa (galletas o pastas con animales y letras...) o utilizando cubiertos nuevos y atractivos. Se variará en la medida de lo posible la comida, condimentos y cocción y se mantendrá invariado el número y horario de comidas.


   Si se obliga a comer a un niño que no tiene apetito y a quien la sola vista de los alimentos provoca nauseas, sólo conseguirá aumentar su desgana. Tan pronto como sus intestinos y estómago dejen de sentir los efectos de la enfermedad y digieran de nuevo los alimentos, recobrará el apetito con rapidez y muchas veces incluso con más intensidad que antes.

El apetito exagerado aparece en la fase de resolución y convalecencia en enfermedades prolongadas que han necesitado dietas especiales. Se debe ser severo, no dejándose conmover por súplicas del enfermo y regular la alimentación gradualmente.

 

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