El progreso y evolución de la psicomotricidad en el niño viene determinado por factores internos como la maduración del sistema nervioso, el perfeccionamiento y evolución sensorial y el fortalecimiento muscular; estos procesos vienen complementados, a su vez, por factores externos como la estimulación temprana o la intervención oportuna del adulto, quien en su papel de padre de familia o de maestro, debe interactuar con el niño.
El juego cumple una función de ajuste de la motricidad y puede ser visto bajo dos aspectos: el de desarrollo motor general y el de los músculos pequeños. Los dos deben desarrollarse paralela y recíprocamente a medida que el niño va consiguiendo la maduración nerviosa.
La edad de 2 a 3 años se caracteriza por la adquisición progresiva de la precisión en el gesto y la organización del movimiento en el espacio.
Para el desarrollo motor general podemos usar la pelota que tira, pierde, recoge, persigue a veces con el pie. Las construcciones con grandes bloques para acumular, superponer, alinear o agrupar de diferentes formas, son también excelentes.
La edad de 3 a 5 años es la etapa sensorio-motriz por excelencia: lo mismo monta un triciclo, que se deja deslizar por un tobogán, sube y baja la escalera con los dos pies o con uno. En toda escuela infantil debería haber un patio o jardín con juegos para todos estos ejercicios.
A los 5 años adquiere más precisión de movimientos: puede saltar; conducir una bicicleta; practicar el juego del balancín, que supone una coordinación de sus gestos y movimientos con los del compañero.
A los 6 años la maduración cerebral es prácticamente completa y puede valorar el relieve de los objetos ya que se ha completado la visión estereoscópica; el niño ya está capacitado para el aprendizaje escolar y a intervenir en multitud de juegos.
Joaquín Tesón
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