En principio y fruto del
amor, el matrimonio tiene como meta acuerdo y participación, pero como creador
del hogar representa una continuidad que permite a la pareja volver a encontrarse
en los hijos que crea y una responsabilidad cuya evolución depende de la
coexistencia, ya que los hijos dependen de los padres y se forman a través de
ellos.
El divorcio emocional
engendra tensiones casi insoportables; puede proporcionar a los hijos una
saludable modificación de sus vidas. Modifica la forma de las relaciones
familiares más que ocasionar un duelo brusco con su pena y culpabilidad. La
experiencia del divorcio en sí misma es menos patógena que la naturaleza de las
personalidades de los padres y sus relaciones con los hijos.
Algunos autores piensan
que es un trauma más grave la pérdida de la madre que la del padre por lo cual
es mejor no separar a los niños de aquélla salvo en los casos con trastornos
psíquicos o del comportamiento. Incluso puede resultar aconsejable interrumpir
las visitas paternas hasta que los conflictos provocados por el divorcio se
hayan apaciguado.
Existe el prejuicio de que
el divorcio implica siempre una desgracia para los hijos, pero en la mayoría de
los casos no es desfavorable, y desde luego es preferible a un hogar deficiente
por motivos de salud mental, alcoholismo, etc., que provoca en el niño
inestabilidad emocional.
Sin embargo, el divorcio
en sí plantea problemas reales, porque como acto es para el niño la demostración
de un desacuerdo irremediable, el comienzo de una batalla de la que suele ser
objeto, la fuente de actitudes equivocadas por parte de los padres respecto a
él.
Las posturas más
características son la sobrevaloración afectiva de uno de los padres con
respecto al otro, tendiendo, cada uno de ellos, a demostrar al niño que sólo él
le quiere realmente.
La importancia que uno y
otro concedan al niño en el momento de la decisión suele depender de la
situación misma y de su explotación, pero, además, los sentimientos que
expresan aún siendo sinceros, están influenciados por su propia culpabilidad; a
menudo no son más que la expresión de revivir antiguos conflictos personales.
El niño, aún reconociendo
el lado positivo de la persona que se encarga de él, utiliza al padre ausente
que ha idealizado para contrarrestar la educación del otro (la madre
especialmente).
Los problemas planteados
por los hijos de matrimonio divorciado son completamente diferentes según la
edad.
Los niños en edad escolar
sienten la necesidad de desempeñar el papel de protector de uno de los padres,
principalmente cuando éste es muy dependiente e inmaduro o padece anomalías. Para el niño pequeño, la
madre es el elemento importante, pero desde un punto de vista jurídico se suele
subestimar el rol del padre.
El niño mayor reacciona de
un modo más evolucionado psicosocialmente, con mejor comprensión desde el punto
de vista intelectual, pero sin aprender por ello la realidad de sus conflictos
inconscientes; las actitudes agresivas son más fuertes, las tomas de posición
respecto a uno de los padres son más nítidas.
El niño debe darse cuenta
que pertenece a sus padres y pensar de ellos como en dos personas separadas.
Tiene que explicarse al niño que la decisión de separación se ha tomado a raíz
de dificultades, exponiéndole tranquilamente los motivos para ayudarle a calmar
su angustia.
Es necesario que se
convenza de que no debe reprochársele la separación de sus padres y que su
desacuerdo no implica que deba distinguir entre el bueno y el malo: Ha de tener
la seguridad de que sus padres le amarán a pesar de sus discusiones.
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Joaquín Tesón
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