El aislamiento infantil puede depender de factores
muy diversos como la timidez, vergüenza, rebeldía, hipersensibilidad, etc. En
mucho de ellos, sin embargo, hay una nota distintiva que es una especial
dificultad para establecer relaciones interpersonales.
Esta manifestación pude ser de escasa importancia (un
modo de defenderse en situaciones de conflicto) o de mucha (esquizofrenia,
autismo, etc.). Es especialmente frecuente y sin connotaciones psicopatológicas
entre los 5 y los 7 años de edad.
En otros casos la reacción de aislamiento responde a
factores ambientales que son difícilmente asumibles por el niño, como puede ser
el cambio de ciudad, muerte de un progenitor, etc.
Los rasgos que caracterizan al niño aislado son: bajo
nivel de actividad, comportamiento de evitación y de rechazo estimular,
intolerancia a la ambigüedad y a la innovación estimular, alta emisión de
respuestas negativas y tendencia al aislamiento.
En el fondo subyace la dificultad para adaptarse a
cualquier nueva situación. En otras situaciones es frecuente la presencia de
enfermedades físicas y psíquicas entre sus familiares o la persistencia de
conflictos conyugales, la incomunicación o las manifestaciones de inhibición,
frialdad y aislamiento entre sus progenitores y él.
El niño “se escapa” de estas situaciones refugiándose
en la fantasía y alimentando ensoñaciones con las que compensa su aislamiento
social.
La interacción con otros compañeros y con el profesor
puede contribuir a la autoafirmación del niño aislado y a la ruptura con su
dependencia de las fantasías compensatorias. La separación durante una corta
temporada, con ocasión de las vacaciones por ejemplo, del hogar y del aula (un
campamento de verano) puede ser decisiva para el niño.
Fuente: Joaquín Tesón.
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