La disposición a probar nuevos alimentos desde la niñez está influenciada por el ejemplo dado por los padres, los familiares y los compañeros.
La tendencia a rechazar alimentos nuevos se considera parte del proceso de desarrollo y una manifestación normal de los niños alrededor de los dos años de edad, ahora bien, su persistencia en la infancia, adolescencia y adultez puede acarrear enfermedades y consecuencias sociales, e incluso nutricionales, muy graves.
La conducta alimentaria de los familiares del niño tiene una importancia capital para el desarrollo del comportamiento evitativo frente a la comida.
Las dificultades en la alimentación pueden estar relacionadas con ciertas características de los padres (insatisfacción corporal de la madre, interiorización del ideal delgado, dietas, síntomas bulímicos, índice de masa corporal materna y paterna), y de los hijos (comportamiento alimentario e índice de masa corporal en el primer mes de vida).
La ansiedad excesiva y las consiguientes respuestas de evitación ante los alimentos pueden revestir distintas modalidades de fobias, pero no es posible atribuir a todos los casos el apelativo de fobias.
Así, las reacciones de ansiedad y el relativo rechazo de los alimentos que experimenta el niño sometido a una presión desmesurada para que coma, ejercida por una madre ansiosa, puede llegar a alterar su alimentación, y de hecho así suele suceder, pero no alcanza la categoría de fobia simple. No pasaría de constituir una reacción de ansiedad con cierto volumen de interferencia.
Sí pueden considerarse como fóbicos los rechazos de un determinado tipo de alimentos que en algún momento han estado asociados a circunstancias traumáticas, como por ejemplo, un susto, un vómito, etc.
Las fobias simples alimentarias graves pueden dar lugar a la supresión de toda la alimentación e incluso poner en riesgo la salud del niño.
Se han dado casos graves que debieron ser tratados en régimen de hospitalización; como ejemplos, el caso de una niña de ocho años y un niño de nueve. Ambos abandonaron casi por completo toda ingestión alimentaria, tras experiencias vicarias (sensaciones y emociones que se viven a través de las experiencias de otras personas) y personales.
Como en la mayoría de las fobias no comunes, hay que contar con la predisposición individual. El niño fóbico suele ser polifóbico, y la susceptibilidad a las fobias simples suele venir acompañada de trastorno por ansiedad excesiva
De un estudio realizado por miembros de la University College London y del Kings College London se saca como conclusión que la neofobia alimentaria en los niños es “altamente hereditaria”, aunque también se considera que una cuarta parte de las causas es atribuible a factores del entorno.
La identificación temprana de estos cuadros aumenta la posibilidad de recibir tratamiento y de mejorar el pronóstico.
Joaquín Tesón
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