Se pueden distinguir como
emociones simples las emociones de placer o bienestar y displacer o disgusto
que se derivan de un correcto o incorrecto equilibrio físico y psíquico.
En toda emoción interviene
un estímulo o un grupo de ellos que la provocan; un tono emocional o tensión
psíquica desencadenado por el estímulo y una reacción o respuesta frente a
dicho tono o tensión.
En general, el organismo
ante una tensión emocional tiende a darle salida, a descargarla mediante alguna
actividad orgánica, como son los movimientos musculares, el llanto, la risa, el
sollozo…
Las peculiaridades de
estas emociones simples en la edad infantil aparecen tanto más frecuentes
cuanto menor es el niño.
En efecto, el recién
nacido no manifiesta, prácticamente, otros estados de ánimo que el del placer
que les produce la satisfacción de alimentarse, el displacer o disgusto que le
causan las sensaciones de hambre, frío o pérdida de equilibrio estático y la emoción
de bienestar que le invade por la satisfacción de sus necesidades y cuidados
amorosos que recibe de su madre.
Por otra parte, estos
estados emocionales son tanto más pasajeros cuanto menor es la edad del niño.
Es decir, pasa entonces con tanta facilidad de un estado emocional a otro que a
veces no hay transición alguna y otras pasa de uno a otro de una manera brusca.
Otro dato de inmadurez de
las emociones simples del niño es su mayor facilidad de ser provocadas, esto
es, la menor intensidad de estímulo necesaria para su desencadenamiento y ello
tanto más cuanto menor es la edad del niño.
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Joaquín Tesón.
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